4 de out. de 2017

#Mediación

No soy un experto en mediación internacional. Ni siquiera en mediación doméstica. Si soy sincero, ya me cuesta estar de acuerdo conmigo mismo en el día a día. De todos modos, hay algunas cosas que llaman mi atención -y no para bien- sobre el modo en que se están gestionando las horas y días posteriores al “no-referendum” catalán.

Se hace difícil escuchar entre el ruido provocado por las mentiras repetidas insistentemente por parte de una serie de personajes cargados de frustraciones, envidias y egoísmos con el ánimo de convertirlas en realidad. Un ruido de ladridos dirigidos a cada parroquia, convertido en más combustible para los hinchas que, en cualquier momento, puede provocar situaciones totalmente impredecibles que nos hagan arrepentirnos del resultado.

Tan seguro estoy de que no han valorado los riesgos como de que esas mismas palabras irresponsables se tornarán inmediatamente en un “¿cómo hemos llegado hasta aquí?” (enunciado con cara de inocentes borreguitos) en el peor de los escenarios posibles. Nadie quiere -o eso espero- que nuestros hijos tengan que hacer homenajes o llevar flores a cualquier escultura que simbolice un momento histórico más del que arrepentirnos. Y es que en la no tan larga Historia del reino de España ya no hay sitio para más meteduras de pata.

  Entre esas irresponsabilidades, llamó mi atención especialmente una propuesta que aboga por intervenir Catalunya aplicando el tan repetido últimamente art. 155 de la CE, para convocar elecciones y después…. ya veremos. Aparte de las dificultades jurídicas en su aplicación inmediata y de las pocas diferencias con la situación actual (menos, en cualquier caso, de las que tenemos que escucharle a algún tertuliano "melancólico"), es fácil deducir que la consecuencia inmediata de medidas como ésta (o peores, que ya barajan algunos) será la de crispar y enquistar más la situación a cambio de un esperado puñado de votos. Lo más indignante es que a esta propuesta (es un regalo llamarle así a una arroutada, que diríamos en Galicia) lo visten con una palabra: seny, que es lo que por estas tierras conocemos como sentidiño, el sexto sentido de los gallegos. Cualquier abuela de cualquier aldea de nuestro país se daría cuenta al momento que precisamente esa propuesta es el anti-seny, la de menor sentidiño que se puede activar en estos momentos.

La torpe gestión del [no]referendum por parte del Gobierno español tendrá [ya ha tenido] consecuencias en nuestras relaciones futuras por varias generaciones. Y precisamente por eso es preciso -y se hace urgente- abrir una vía de diálogo y empezar a mirar hacia el futuro para atajar las desconfianzas y los odios que puedan llegar hasta nuestros nietos. Nos necesitamos, dentro del mismo Estado (no sé si ya llegamos a tiempo, después de tantos boicots y suflés) o en Estados diferentes, por eso se impone la mesura en las actuaciones de hoy que no permita los reproches en el diálogo de mañana.

Quizás un llamamiento al pueblo catalán desde las entidades y las instituciones, para que abandonen las calles, acompañado de una retirada por parte del Gobierno español de los miles de policías que aún se encuentran en Catalunya, permitiría relajar algún punto una situación muy tensa a día de hoy. Y quién sabe, si por un lado dejamos de hablar tanto de cómo meter el dedo en el ojo al Gobierno de la Generalitat y por el otro dejan de hablar unos días de la Declaración de Independencia, tal vez seamos capaces de dejarnos intermediar por alguien que -como el ya desaparecido rev. Alec Reid- sepa sacrificar el sufrimiento del pasado en pro de la paz social del futuro.

Anteayer escuché al Presidente Zapatero, quien merece todos mis respetos, diciendo que los referendums dividen a la población en 2 mitades y nunca solucionan los conflictos, poniendo el ejemplo de Quebec, de quienes decía habían votado 2 veces y que, aunque no iba a haber más votaciones, han vivido una fractura social. Pudiendo estar de acuerdo en parte del contenido, sería bueno tener en cuenta que el peligro de fractura se acentúa cuando se llega al referendum en momentos de tensión o de confrontación. Si una votación cualquiera evidencia una sociedad con 2 formas muy opuestas de entender la organización territorial, o la política social, o la económica…. es porque esta realidad ya existe de facto. Por otra parte ¿no merece la pena votar 2 veces antes que provocar un situación como la vivida el pasado 1 de octubre?

Hemos llegado hasta aquí porque nos lo hemos currado. No ha sido porque los catalanes sean unos separatistas irrespetuosos ni porque los españoles sean unos nacionalistas exacerbados. Estamos aquí porque no hemos querido escuchar a miles de personas (entre ellas, también españoles y catalanes) que en los últimos años demandaban atención y Política en algo que se veía venir hace tiempo. De nosotros depende dirigir todos los esfuerzos a intentar arreglar el principal problema del Estado español en varias décadas o naufragar en un desencuentro secular más que añadir a la lista de nuestra Historia.

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